Tuits, querellas y parodias. ¿Qué está fallando en la comunicación humorística?

| Leonor Ruiz Gurillo (Proyecto de investigación PROMETEO, España)

Desde que Paul H. Grice estableció en 1975[1] que la lógica y la conversación se regían por principios diferentes, e inauguró con ello la pragmática, se sabe que la comunicación cuenta con una gran cantidad de información que se implica pero que no se dice y que, sin embargo, es necesaria para la comprensión. Comunicar supone dominar los códigos escritos y no escritos de la pragmática y saber que el mensaje puede cambiar según el contexto donde se aplique o que un mismo enunciado puede ser muy diferente si va dirigido a uno u otro destinatario. Negar estos hechos supone no entender en realidad cómo funciona el lenguaje. Habitualmente se habla en pragmática de un conjunto de hechos no literales que recurren con normalidad a lo que se implica y no se dice, lo que se conoce como inferencias, entre los que se encuentran la metáfora, buena parte del discurso directo, la ironía o el humor. De hecho, y siguiendo a Grice, tanto la ironía como el humor compartirían la infracción abierta de la primera máxima de cualidad; es decir, hacer ironía y/o humor sería algo similar a mentir. Sin embargo, esta mentira es “acordada” entre el hablante y el oyente, de manera que normalmente la comunicación no falla. Por eso sabemos que cuando alguien usa el modo humorístico todo lo que dice se ha de entender como un texto humorístico.

Es evidente que algo ha fallado en la comunicación del discurso humorístico implícito en los tuits que han servido para condenar a Cassandra Vera o que han fomentado que la Asociación para la Defensa del Valle de los Caídos se querelle contra Wyoming y Dani Mateo por un chiste. Examinemos cuáles son esos aspectos.

  1. El hablante o escritor. Para que el humor sea humor, un hablante o escritor, que puede actuar como guionista en géneros como la parodia o el monólogo, redacta un texto planificado con la intención de que sea humorístico y cause gracia. En el balance que se hace entre las bromas (llamadas jablines o punchline) y lo que se cuenta radica buena parte del éxito del humor. Es evidente que en estos géneros existe la intención manifiesta de hacer humor. Por eso, el guionista o, en su caso, la persona que lo representa (periodista, monologuista, actor, etc.) utiliza una gran cantidad de marcas que avisan de que lo que está haciendo solo se puede entender como humor. Por ejemplo, las expresiones faciales son mucho más exageradas de lo habitual, el tono de voz está marcado y las pausas se usan para anunciar que a continuación viene la broma.

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