20/11/2018 | Javier Lascurain (El blog de la Fundéu, España)
1978 fue el año en que los españoles nos dotamos, después de casi cuatro décadas de dictadura, de una Constitución democrática. Y fue también un año importante para el mundo de la lengua: dos siglos y medio después de su fundación, la Real Academia Española aceptaba por primera vez que una mujer ocupara uno de sus sillones.
Al día siguiente, uno de los principales diarios nacionales lo anunciaba así en su portada: «Carmen Conde, nuevo académico de la lengua».
Lo hacía con ese masculino rotundo y ya entonces innecesario (el Diccionario admitía desde mucho antes el femenino académica), pero que seguramente no llamó la atención en un país en el que las mujeres, que ya empezaban a ocupar mayores parcelas en el mundo profesional, eran abogados, arquitectos o, en contadas ocasiones, jefes, al mismo tiempo que, sin problema lingüístico alguno, trabajaban como asistentas, enfermeras o maestras. Una España a la que le faltaban aún tres años para que el femenino ministra recuperase su sentido tras décadas de gobiernos pura y exclusivamente masculinos.
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