Un palo «acechao» de la RAE

5/1/2024 | José Rafael Lantigua (Diario Libre, República Dominicana)

Los diccionarios de la lengua se alistaban cada vez que la mar echaba pejes, que no es frecuente, más bien rarísimo. Era tarea de horizontes largos y, ¿por qué no decirlo?, de estrechez de miras. Aceptar nuevos vocablos, lexemas o registros lingüísticos novísimos, era cosa de años. De hecho, los académicos provincianos, esos que no eran numerarios de la mera RAE, se enteraban de los cambios casi al mismo tiempo que los poquísimos interesados que ponían caso a tal menester.

La Real Academia Española, la que planta raíces por los Jerónimos, entre el Paseo del Prado y el Buen Retiro,  la que «limpia, fija y da esplendor» a nuestra lengua, guste o no, se encargaba de plantear, debatir, descubrir, aceptar, resaltar o aprobar las nuevas palabras que debían incorporarse al habla de los hispanodolientes. Ya eso es cosa del pasado. Desde hace poco el diccionario se actualiza cada año -que este mundo va a toda marcha y sin reversa- y la consulta ha de incluir a los académicos de la lengua de todas las provincias ultramarinas, vaya, de los que son miembros adscritos de la RAE y gobiernan -¿puede decirse así?- sus propios territorios lingüísticos, dialectales, fraseológicos, prácticos, digamos su «español» particular.  ¿Por qué sólo incluir las variedades dialectales de España y no las de los veintitrés países que hablan español, cada uno a su manera y estilo? Los 590 millones de personas que hablan español alrededor del mundo, ¿no merecían  que sus propias modalidades lingüísticas -dialectos, geolectos, sociodialectos- fuesen tomadas en cuenta?

Se ha dicho ya muchas veces: todos hablamos español, pero ninguno de los hispanohablantes de un país lo habla igual al de otro. O mejor -¿peor?- dentro de un mismo territorio geográfico hay formas dialectales diversas. Los dominicanos, por ejemplo: un sureño no comprenderá acentos y rasgos del habla cibaeña. O a la inversa. Aún más: los cibaeños -sobre todo si usted es santiaguero, mocano o vegano,  urbano o de monte adentro- no entendemos en no pocos casos lo que nos intentan comunicar los mismos hablantes de nuestra región.

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