Las utilizamos tanto y para asuntos tan triviales que minimizamos su impacto. Un vocablo negativo necesita al menos cinco positivos para compensar su efecto. ¿Por qué entonces no aprovechamos sabiamente un recurso que cuesta tan poco?
Con frecuencia expresiones como «son solo palabras«, «las palabras se las lleva el viento» o «no prestes atención a las palabras, fíjate solo en los hechos». Son locuciones coincidentes con la creencia generalizada según la cual la palabra es liviana, inmaterial, intrascendente, perecedera; en síntesis, de poco valor.
La concebimos como algo opuesto a los «hechos», que, por su parte, los asumimos como entidades duras, objetivas, materiales y concretas.
Una de las posibles razones para esta percepción de intrascendencia de la palabra tiene que ver quizá con el hecho de que hablar, pronunciar palabras, es una de las actividades más frecuentes y comunes, si no la más, que practicamos como seres humanos. Se ha calculado que una persona pronuncia de promedio unas 70 000 al día. Las utilizamos tanto, tan repetidamente, y también para asuntos tan ordinarios y triviales, que se nos olvida su poder y su valor.
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