Apenas faltaban unas horas para la salida del sol y el escriba aún no había terminado de copiar aquel endemoniado texto. Hacía tiempo, gracias al Altísimo, que se empleaban algunos signos para separar palabras y facilitar la lectura. Pero la única manera de indicar al lector que lo que venía a continuación era una pregunta era copiando al final de la misma la palabra quaestio en su forma apocopada: qo.
No estaban los tiempos para derrochar pergamino, así que lo mejor era escribirlo en sentido vertical y no horizontal. El texto estaba lleno de preguntas retóricas y el tiempo apremiaba. El trazo del escriba se hizo tan descuidado por las prisas que aquel apócope acabó convertido en un extraño garabato: ? Se encomendó a Dios y rezó porque quien leyera en voz alta aquel manuscrito supiera entender lo que había escrito. Si aquel hermano anónimo escriba como él había conseguido colar la ñ en el alfabeto, ¿por qué él no iba a tener la misma suerte?