11/8/2017 | Víctor Alfonso Moreno Pineda (Las 2 Orillas, Colombia)
Antes de que el lector se escandalice y me insulte por el título de este artículo, debo aclarar que hablo de alcance, de difusión, no de calidad. En efecto, comparar estéticamente una novela que tiene 350 páginas con una canción que demora poco menos de cinco minutos no solo es una insolencia, sino también una obcecación.
Cien años de soledad es el ingenio puro, la más vívida creatividad de un artista. Despacito es un producto manufacturado por varias cabezas. Cien años de soledad es la lengua española llevada a sus máximas posibilidades estéticas. Despacito es el lugar común, la melifluidad. Sin embargo, me sostengo en la afirmación del título: Despacito es, después de muchos años, el producto más importante de la lengua española.
Nuestra lengua, a pesar de tener un pasado imperial y ser la segunda con más hablantes del mundo después del chino —aproximadamente cuatrocientos millones de personas hablan español en distintos puntos del planeta—, es una lengua de segunda mano. Es producto de un imperio, sí, pero de un imperio con más pasado que presente.
La lengua del comercio, de la diplomacia, del arte, de la ciencia y la tecnología es la inglesa. Nosotros, los hispanohablantes, estamos en un tercer o cuarto renglón de importancia política y económica —y la lengua y la política son dos instancias indisolubles—; eso hace que el español sea un idioma segundón, con más hablantes que peso político, con más añoranzas que herencias. En este mundo globalizado es más importante macarronear el inglés que aprender a utilizar bien el español. Y en eso radica el valor absoluto de Despacito.
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