20/10/2023 | Ramón Moreno Rodríguez (Diario de Colima)
En fechas recientes releía la Novela del curioso impertinente que aparece como relato extradiegético en El Quijote. Lógico es pensar que el texto está saturado de términos que ya no se usan en el español de nuestros días; de hecho, las palabras en desuso son una de las dificultades que enfrentan los lectores contemporáneos para realizar la lectura de esta obra genial.
Consultaba la edición de Espasa-Calpe hecha por el polígrafo y cervantista Francisco Rodríguez Marín, que deslumbra al lector por sus muy sabias notas. Muchos son los términos que aquel ilustrado andaluz va explicando y que hacen doblemente sabrosa la lectura. No obstante, nuestro estudioso no explica algunas que quizá para su amplia erudición le parece innecesario detenerse en ellas o bien, explicarlo todo sería una labor imposible, propia de Funes, el memorioso personaje de Borges. Digo que en un momento detuve mi lectura repasando en la mente lo que dice la asediada Camila a causa del brete en que la inmiscuye el enfermo marido: “¿con qué rostro osas parecer ante quien sabes que es el espejo donde se mira aquel en quien tú te debieras mirar, para que vieras con cuán poca ocasión le agravias? Pero ya cayo, ¡ay, desdichada de mí!, en la cuenta de quién te ha hecho tener tan poca con lo que a ti mismo debes”.
Cayo es la palabra que me hizo parar. Lógicamente la pobre mujer se refiere a caer y no a callar. Hoy diríamos caigo. Curiosamente, este verbo tiene correlato inverso con la guturación de otros más. Quiero decir que de ir tuvimos vayga, en siglos pasados, y vaya, en el presente. O también haber se conjugó primero como haiga y hoy decimos haya. La lógica dice que si al presente conjugamos haya y vaya (en lugar de hayga y vaiga), tendríamos que decir en nuestros días caya, y no caiga, como en realidad lo hacemos. ¿Por qué esta manera de conjugar no evolucionó igual que las otras?
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