27/3/2018 | Academia Dominicana de la Lengua
UNO
Con gran complacencia comparezco a este augusto foro para realizar una acción que además de satisfacer un requisito inexorable de las academias de la lengua española, constituye una razón de suficiente importancia para considerarme afortunado, no obstante estar en la plena conciencia de que la función que a partir de hoy asumo anda muy divorciada de la fortuna material, cuya búsqueda afanosa tanto perturba a la sociedad de hoy.
[…]Me he propuesto hablar con ustedes acerca de la libertad que tenemos los hablantes del español de crear las palabras que nos resulten necesarias para nombrar seres y cosas, denominar acciones o expresar cualidades de los elementos de los que hablamos. También he de referirme a las limitaciones de esas libertades léxicas, tomando en cuenta el genio de nuestro idioma y la aspiración de la mayor unidad posible entre quienes usamos esta importante lengua para comunicarnos.
Con el solo enunciado del tema es fácil percibir que el discurso girará en torno a la derivación de palabras, que con sus variantes parasíntesis y composición, representan el recurso más auténtico y legítimo para generar voces nuevas a partir de otras ya existentes en nuestra lengua, y en algunos casos por la adopción y castellanización de vocablos procedentes de otra lengua y que carecen de equivalente en la nuestra.
Antes de profundizar en el tópico fundamental de este discurso, debo hacer un alto atendiendo a una pauta protocolar que rige en las 22 academias de la lengua española, en el acto de incorporación de un nuevo miembro numerario. Se trata de la honrosa referencia al académico que le precedió en el sillón que ha de ocupar el recipiendario.
En mi caso se trata del maestro de la palabra Ramón Emilio Reyes, novelista, cuentista, poeta y lingüista, a quien durante once años correspondiera el sillón marcado con la letra C. También ocuparon este asiento, en orden cronológico descendiente: Freddy Gatón Arce, poeta, periodista y novelista; Oscar Robles Toledano, sacerdote, hombre de vastos conocimientos, políglota y erudito, quien fuera catedrático en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Santo Domingo, y Federico LLaverías, uno de los doce miembros de número fundadores de la Academia, quien durante 33 años fue secretario perpetuo de esta institución.
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