12/3/2018 | José Rafael Lantigua (Diario Libre, República Dominicana)
POCAS COSAS ME DIVIERTEN tanto como el mundo de las palabras. A muchos les parecerá extraño que algo tan serio como el habla y la escritura, sujetas a normas de expertos y directrices académicas, sea también motivo de entretenimiento. Y puede serlo, en este caso, si logramos adentrarnos en ese universo con cierto espíritu de bureo, que todo en la vida debiera tener su nota jovial para evitar los excesos de la extrema formalidad que a veces no es aconsejable hasta para la buena salud. Claro, cuidado si se entiende con que tomemos la lengua con la cual intentamos entendernos con los demás como una jarana, que de eso no ha de tratarse jamás el asunto.
Hace años que juego con mi propia clasificación de las palabras y presumo que a más de uno puede ocurrirle lo mismo. El grueso de los mortales –es un decir viejo y manoseado- parece sólo admitir las palabras obscenas (malapalabrosas es como las nombro) para lo que basta recurrir al habla común, a algunos textos narrativos y hasta poéticos, y si se desea legitimar la más popular de las divisiones de la palabra, acuda sin sonrojos al Diccionario secreto de Camilo José Cela que se abre con una máxima del maestro Dámaso Alonso donde sugiere que se trate “abiertamente esta cuestión y sin remilgos de pudibundez”.
Precisamente, Cela nos abrió el entendimiento para clasificar las palabras cuando habló del lenguaje afinado o distinguido “que no busca su limpieza en lo que dice sino en cómo lo dice”. Son las que denomino palabras finodas, término por cierto que no aparece en nuestro valioso Diccionario del Español Dominicano y que siempre escuchamos en el habla cibaeña que es lo menos parecido a ese lenguaje distinguido y finodo donde sus “paladines”, en la irónica expresión de Cela, “se regodean en el concepto aunque se desgarren las vestiduras ante las palabras y que llaman –ignorando que con azúcar está peor– cocottes, a las putas, y pompis… a la parte trasera del cuerpo que fíjense ni yo me atrevo a escribir la palabra por aquí.
Alejémonos de este embrollo y veamos mi clasificación. Hay palabras detestables, que uno termina odiando. Hay palabras embarulladas, porque suelen enredar las entendederas. Palabras jacarandosas, esas que son desenfadadas, con cierto garbo.
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