20/09/2016 | Laura Ventura (La Nación, Argentina)
Miguel de Cervantes , el padre de la novela, escribió muchas de sus páginas en tabernas y ventas. No había recibido educación formal y había pasado más tiempo en cautiverio y en los caminos que en las aulas.
Fueron sus editores, en la imprenta de Juan de la Cuesta, quienes pulieron las andanzas de un caballero de triste figura que presumía de erudición literaria y corrección gramatical. El profesor Francisco Rico, uno de los principales estudiosos de Cervantes, sostiene que los manuscritos de este autor estaban plagados de errores de ortografía. Don Quijote de la Mancha, el máximo exponente de la literatura española, es, en realidad, una versión editada o corregida de una expresión popular traslada a la norma del siglo XVII. En este caso, las faltas de ortografías no amenazaron la calidad de un texto.
La lengua es una herramienta valiosa de uso común -compartida por 600 millones de hablantes en español- y un consenso sobre su utilización es crucial. ¿Debería simplificarse la ortografía para que se cometieran menos errores? ¿Qué pasaría si esto sucediera?¿Qué rol debe realizar la educación? ¿Y las Academias?
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