3/4/2020 | Rafael Peralta Romero (El Nacional, República Dominicana)
Hace unas cuantas décadas –aún no nacía mi primogénito- fui testigo de una conversación entre el doctor Antonio Rosario y un joven que recién terminaba sus estudios de Derecho en la Universidad Autónoma de Santo Domingo. El casi graduado juzgaba un hecho político del momento y dijo, moviendo las manos como si las juntara y las separara: “Eso no tiene hilaridad”.
El jurista mocano, quien fuera rector de la UASD, en uso de sus facultades de maestro, advirtió al joven: “Mire, usted ya no es mi alumno, pero estoy en el deber de decirle que hilaridad no significa lo que usted cree, hilaridad significa risa, usted quiere decir coherencia”.
Tiempo después, ya como profesor de la UASD, me correspondió impartir un curso de redacción a estudiantes de término de la licenciatura en Derecho en el centro de la UASD en Bonao y comencé la exposición con la anécdota que les he relatado: todos los estudiantes creían que hilaridad guarda relación semántica con los sustantivos coherencia, unión, relación.
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