15/1/2021 | Rita Díaz Blanco (Academia Dominicana de la Lengua)
La lengua es por excelencia un sistema complejo que nos permite comunicarnos. Esa es su misión principal. Su vinculación con el desarrollo del lenguaje y el pensamiento es innegable, pero la lengua trasciende al individuo. Desde el momento en que el hombre quiere comunicarse: codificar y decodificar el mensaje, la lengua se socializa. La socialización implica la escuela, el salir del grupo familiar, el poder entenderse y asumir hábitos diferentes a los familiares, en definitiva, el poder abandonar el código restringido. En todo sistema de lengua encontramos la norma que posibilita que dicho sistema de lengua permanezca pese a los usos individuales de habla. La lengua es la materia prima de la que se vale el creador, en nuestro caso, el escritor. Y este, no está de más recordarlo, utiliza la lengua de su entorno, la lengua de la que se vale para su comunicación, la lengua que le es propia para la expresión de sus circunstancias, la lengua que le es propia para expresar el mundo que le ha tocado vivir, en fin, se vale de su lengua socializada y de lo que representa para sus creaciones, para que estas tengan vida en la órbita dispuesta.
Mucho antes de la aparición de la Lingüística como ciencia, la Filosofía había tratado el problema de la relación entre la palabra con la realidad objetiva, es decir, el problema de la referencia o denotación, aunque como polémica incrustada en otra superior: la posibilidad del conocimiento.
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