7/6/2024 | María José Rincón (Diario Libre, República Dominicana)
Si no nos lo ha enseñado la experiencia, lo han hecho los relatos infinitos de Las mil noches y una noche o los poemas de Borges: el agua es vida.
Más allá de consignas, los musulmanes que conquistaron Hispania, su al-Ándalus, de donde procede Andalucía, lo sabían de cierto. Jorge Luis Borges nos lo contó en su poema Alhambra: «Grata la voz del agua / a quien abrumaron negras arenas, […] / gratos los finos laberintos del agua / entre los limoneros».
El agua, el «cristal viviente» de Borges, está detrás de muchas de las palabras que el árabe legó al español. Las acequias, del árabe hispano assáqya, conducían las aguas de riego, y lo siguen haciendo, y los azarbes, de assárb, las recogen cuando sobran después de regar.
Para que nunca falte tenemos los aljibes, algubb, depósitos subterráneos para recogerla y almacenarla; nuestras cisternas de ahora, estas sí de origen latino. Si el depósito se construye sobre tierra, cercado por muros, tenemos una alberca, con origen en el árabe hispano albírka.
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