12/9/2019 | Beatriz Rodríguez Alcalá de González Oddone (Academia Paraguaya de la Lengua Española)
La palabra “Residenta” no figura en el diccionario y es exclusiva de nuestro léxico.
Su etimología ha sido y sigue siendo una incógnita para la gran mayoría, pues en la acepción que se le ha dado entre nosotros significa exactamente todo lo contrario de lo que debiera significar, ya que “residir” indica estar de asiento en un lugar, permanecer.
Pero no obstante, desconocerse su etimología, en nuestro país, desde hace ciento treinta años, el vocablo “Residenta” posee una alta significación y es sinónimo de dolor, abnegación y sacrificio, porque se lo utiliza para denominar al patético éxodo emprendido en pos de la bandera, por las mujeres, por los ancianos y los niños pequeños, ante la inminencia de la llegada del invasor.
Mi madre, a quien le cupo el alto honor de ser la primera mujer que escribió sobre la Residenta y diversos aspectos de la guerra que nos hicieron tres naciones (años 1865-1870) y que bebió la tradición de esta lucha injusta y desigual en sus mismas fuentes –un grupo de protagonistas de la tragedia, sus abuelas y sus innumerables tías. Residentas primero, Reconstructoras después–, sólo obtuvo de ellas al respecto respuestas evasivas que ninguna luz le dieron sobre los orígenes de la palabra. Quizás estos quedaron olvidados entre el fragor de la metralla, en los horrores de esa marcha de pesadilla que llega hasta los confines de la República, jalonando sus rutas y sus selvas con episodios de grandeza inigualables; con el enemigo siempre detrás, implacable en su afán exterminador.
Pero ¿cuándo y cómo comenzó esa trágica peregrinación que quedó en nuestra historia con el contradictorio nombre de Residenta?
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