18/9/2020 | Santiago Molina Roldán (Al Poniente)
Entiendo las luchas modernas de algunos movimientos y colectivos, especialmente feministas, por exigir su lugar en diferentes espacios, y me adhiero a esas nobles banderas. Sin embargo, desde hace un tiempo han pretendido librar una batalla estéril y absurda desde el punto de vista estructural de su víctima, la lengua española.
Estimado lector, la lengua no tiene la culpa del machismo, de la exclusión, de la misoginia o de las inequidades… pero sí el hablante.
Una de las premisas de quienes intentan expresarse con el mal llamado lenguaje incluyente, es que “lo que no se nombra no existe”, pretendiendo escribir siempre todos los sustantivos con el masculino y el femenino, dizque para incluir. Esos son desdoblamientos que van en contra de la economía del lenguaje (decir lo necesario sin decir tanto) y muchos de ellos son agramaticales, además de que no tienen sentido en la medida en que siempre quien pretende ser incluyente hablando o escribiendo, termina excluyendo en algún momento, y la exclusión siempre es más notable en quien pretende posar de incluyente.
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