6/4/2023 | Manuel Casado Velarde (Público, España)
Todo lo que forma parte de la vida, las creencias y los afanes de las sociedades humanas acaba por dejar huella en sus lenguas y afecta a los modos de expresión de sus hablantes. «La lengua es el archivo de la historia», escribió el filósofo y poeta estadounidense Ralph Waldo Emerson con mucha razón. En España, la antroponimia y el refranero castellano dejan buena prueba de ello. Aprovechando el arranque de la Semana Santa, repasamos los vestigios de la extensa tradición cristiana de nuestro país en la actual gramática española.
La temprana evangelización de los habitantes de Hispania, cuyo comienzo se remonta a la época apostólica (siglo I de nuestra era) –pensemos en Santiago el Zebedeo y, posiblemente, también en san Pablo–, tuvo repercusiones de gran calado en las diferentes manifestaciones de la actividad lingüística, ya sea creando palabras nuevas, o bien dando nuevos significados a las ya existentes.
Las nuevas realidades evangélicas
De entrada, hubo que empezar denominando las nuevas realidades que anunciaba el mensaje evangélico: Mesías y Cristo, apóstol, obispo, bautismo, misa, domingo, pascua, iglesia, penitencia, ángel, demonio o cementerio se colaron en los diccionarios de las lenguas peninsulares. La antroponimia, con los nuevos nombres de pila (bautismal, por supuesto) que se fueron difundiendo, experimentó un vuelco importante, que incluso afectó a la misma toponimia: nombres de ciudades como Santiago o Santa Cruz, Santa Fe, San Juan, San José, San Francisco, San Antonio, Los Ángeles o La Paz están presentes en multitud de países.
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