7/7/2023 | María José Rincón (Diario Libre, República Dominicana)
Un paseo reciente por Samaná me ha recordado lo complicados que pueden ser ortográficamente algunos pares de palabras. El español ha adoptado la palabra cayo, de origen arahuaco, para referirse a islas e islotes rocosos y, a veces, con preciosas playas arenosas, propios de las Antillas. Nuestra lengua tenía ya en su acervo léxico la palabra callo, procedente del latín callum, para nombrar la dureza que se forma en la piel a causa del roce o la presión constante.
En el español de España se usa también esta palabra para referirse a un plato similar a lo que para nosotros es el mondongo y a una persona muy fea, lo que para nosotros sería un grillo. Su ortografía nos habla de un origen dispar y de una antigua diferencia en la pronunciación (cayo, con su fricativa palatal; callo, con su lateral palatal); en el español de América y en amplias zonas de España esa diferencia de pronunciación no existe, por lo que la inmensa mayoría de los que hablamos español pronunciamos igual cayo y callo.
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