21/7/2017 | María José Rincón (Diario Libre, República Dominicana)
En estas cosas de la lengua uno tiene la sensación de estar clamando en el desierto. Carlos Mayoral, escritor a quien admiro, sentenciaba hace unos días: «La coma del vocativo ha muerto». Drama e ironía para constatar lo difícil que es hablar de ortografía y que no te hagan ni caso.
Las comas, será por esa pinta que tienen de no haber roto nunca un plato, suelen ponernos color de hormiga la tarea de escribir. Todo el que se ha puesto alguna vez delante de una hoja en blanco (real o figurada) y ha tomado un lápiz (real o figurado) para sumar unas cuantas palabras sabe que no miento.
Echémosle un cable a la coma del vocativo a ver si, entre todos, somos capaces de salvarla de una muerte segura. Empecemos por el principio: ¿sabemos qué es un vocativo? Es un nombre o una expresión nominal que usamos para llamar a nuestro interlocutor o dirigirnos a él.
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