02/08/2016 | María José Rincón (Diario Libre, República Dominicana)
Para los hispanohablantes que seseamos las diferencias entre s, z y c (ante e, i) son solo gráficas. Para nosotros estas tres letras representan el mismo sonido. La elección del grafema adecuado está regida por nuestras normas ortográficas, convencionales y que deben ser seguidas por todos los hablantes que aspiren a usar correctamente su lengua.
Sin embargo, existen palabras que muestran variantes gráficas que conviven en distintas zonas y cuyo uso está admitido en cualquiera de sus formas. Dos ejemplos clásicos son biznieto y bizcocho, que pueden escribirse también bisnieto y biscocho. Si las buscan en el Diccionario, encontrarán ambas formas. Incluso tres, como en el caso del arabismo sábila (o zábila, o incluso zabila).
Algunos de nuestros indigenismos se han establecido en nuestra lengua con variantes gráficas que reflejan las vacilaciones que experimentaron en su proceso de hispanización. Muy cotidianos para nosotros son el casabe (o cazabe), el ceviche (o seviche) y el zapote (o sapote). Aunque ya los encontramos cada día menos, por nuestras calles pregonan maniseros (o maniceros). Y también encontramos, cada día más, zonzos (o sonsos) y zamuros (o samuros).
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