24/7/2018 | Elena Álvarez Mellado (eldiario.es, España)
Hace unos días, el presidente de la RAE Darío Villanueva decía lo siguiente al ser preguntado por el lenguaje inclusivo en una entrevista de El País: «Las lenguas se rigen por un principio de economía; el uso sistemático de los dobletes, como miembro y miembra, acaba destruyendo esa esencia económica».
La economía del lenguaje es uno de los argumentos estrella que nunca falta en los debates lingüísticos y que, sobre todo, vemos aparecer cuando se habla de lenguaje inclusivo y desdoblamiento (aunque no solo). Básicamente, lo que el principio de economía lingüística viene a decir es que los hablantes tienden a expresarse de la manera más corta, más breve y menos trabajosa posible. Este principio de mínimo esfuerzo lingüístico es el que explicaría la creación de abreviaturas (‘mates’, por ‘matemáticas’), la tendencia fonética a que las palabras se erosionen hacia formas más sencillas de pronunciación (como el desgaste fonético que nos lleva a comernos la D del participio: ‘te he llamao’), o la manera en que se distribuyen las frecuencias dentro del vocabulario de una lengua (con unas pocas palabras muy frecuentes y una larga ristra de palabras muy infrecuentes).
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