8/1/2019 | Javier Lascuráin (El blog de la Fundéu, España)
Cuando, hace ya unos años, supimos de la existencia de una enorme isla de plásticos en medio del océano Pacífico entendimos que teníamos ante nosotros un problema enorme…, pero distante.
Hoy la contaminación por plástico de los ecosistemas marinos se nos presenta en forma de partículas minúsculas, a menudo indetectables a simple vista, pero que ya no solo están en algún remoto lugar de los mares.
Ahora está muy cerca, peligrosamente cerca: en el pescado que comemos, en la sal con la que lo condimentamos, en la inocente arena con la que jugamos en la playa, en nuestro propio cuerpo…
Es el microplástico: el término que hemos elegido como palabra del año 2018 en la Fundéu BBVA y que está sirviendo para que entendamos mejor la dimensión y la cercanía de un problema que no es menor.
Los expertos calculan que cada año vertemos al mar unos ocho millones de toneladas de plástico, una ingente cantidad de desperdicios que ya no solo son un peligro para la vida de los animales marinos.
Numerosos estudios demuestran que los trozos más pequeños en los que se descomponen nuestras basuras plásticas son ingeridos por los peces y, en el caso de las de menor tamaño, hasta por el plancton que forma la base de la cadena alimentaria marina.
De ahí a nuestra mesa solo hay un paso.
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