10/1/2025 | Miguel Sánchez Ibáñez y Paula Pérez Sobrino (The Conversation)
Imaginemos que tuviéramos que poner nombre a un objeto que no hemos visto nunca. ¿Qué sería más importante en la elección? ¿Ser funcional (es decir, que la nueva palabra incluyera pistas para entender a qué tipo de objeto nuevo nos vamos a referir) o dar rienda suelta a la creatividad?
¿Influiría en esta nueva palabra lo familiar que nos pudiera resultar el objeto en cuestión? ¿O nuestra edad?
Para intentar responder a estas preguntas, que en realidad encierran unas cuantas incógnitas sobre cómo y por qué creamos palabras nuevas, hemos llevado a cabo un estudio con resultados curiosos e interesantes.
Partimos de la selección de imágenes de seis objetos (algunos bastante realistas, otros absolutamente disparatados, y estamos bastante seguros de que prácticamente ninguno con un uso probado) surgidos durante la pandemia de covid-19: una bicicleta estática con mesa de trabajo; mamparas transparentes individuales que cuelgan del techo en restaurantes para proteger del contagio mutuo a los comensales; un gancho de metal para agarrar cosas o apretar botones sin usar directamente la mano; una pulsera con un dispensador de gel hidroalcohólico incorporado; una pegatina especial para enganchar la mascarilla en un sitio distinto de la oreja; y unos zapatos con la punta tan larga que evitan que nos acerquemos más de la cuenta a otra persona.
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