25/4/2025 | Silvia Hurtado González (The Conversation)
El escritor francés Charles Nodier escribió en 1831 el cuento “El amigo de los libros”, en el que explica que “del bibliófilo al bibliómano no hay más que una crisis”.
Para este autor, “el bibliófilo sabe elegir los libros; el bibliómano los amontona. El bibliófilo añade un libro a otro tras someterlo a todas las indagaciones de los sentidos y la inteligencia; el bibliómano apila los libros sin mirarlos siquiera. El bibliófilo aprecia el libro; el bibliómano lo pesa o lo mide. El bibliófilo procede con lupa; el bibliómano, con vara”.
En 2024, en una especie de glosario titulado Bibliopatías, bibliomanías y otros males librescos, su autor, el italiano Antonio Castronuovo, expresa así esa diferencia: “el bibliófilo posee libros y el bibliómano, en cambio, es poseído”.
El “fervor de tener libros” del bibliómano, que diría el italiano Gaetano Volpi, se intuye en la definición académica de “bibliomanía”: “propensión exagerada a acumular libros”. Este término, ya con una larga historia, fue acuñado, en el siglo XVII, por Guy Patin, doctor de la Facultad de Medicina de París, quien confesaba padecer este tipo de obsesión. Pero la figura del “loco de los libros” ya había sido retratada en La nave de los locos, un poema que Sebastian Brant compuso en 1494 para criticar la sociedad de su época.