27/4/2018 | Jairo Valderrama V. (El Tiempo, Colombia)
En las secciones de deportes se lee: ‘El equipo fue más en el terreno de juego’: ¿¡Más qué!?
Los periodistas conforman quizás el referente más próximo y continuo de los usos de la lengua. La gente, por imitación y porque da por sentado que el manejo idiomático en los medios es cuidadoso, va tomando con toda confianza esos recursos de expresión sin notar las imprecisiones de todo tipo: redundancias, muletillas, solecismos (cambio de orden), ambigüedades, dequeísmos, coprolalia, vulgarismos (muy en auge), impropiedades, etc.
Respecto a los contenidos, el escepticismo de los lectores y de la audiencia ha crecido, pero aún se mantiene la creencia de que los usos del idioma en los medios sí son los correctos. Esa imitación ingenua va llevando a un contagio, más que nada con muletillas, que deteriora el idioma; algo distinto es el cambio natural de la lengua en el trascurso de una cultura. Así, la función de los periodistas, aparte de la más conocida, que es informar, también es educar (¿o deseducar?), querámoslo o no.
Por supuesto, el lenguaje periodístico debe corresponder a un estilo llano, entendible por la mayoría de gente; de eso se trata la intención de comunicar de manera efectiva a la sociedad. Ese es, además, uno de los preceptos del llamado ‘buen periodismo’. Sin embargo, cada día es mayor la copia de terminología propia de los campos de la jurisprudencia, del mercadeo, del espectáculo (distinto al periodismo), del deporte, cuyas jergas deben traducirse en el lenguaje regular que se calcula maneja la gente.
Leer más en eltiempo.com