13/10/2017 | María José Rincón (Diario Libre, República Dominicana)
Hace unos años visité Krispy Kreme. Incomprensible, y también inaceptable, en un país cuya lengua materna y oficial es el español, que los rótulos estuvieran en inglés. Le pedí a un dependiente la rosquilla traduciendo su nombre al español, que sin duda era el idioma del dependiente, y este, masticando el nombre del dulce en inglés, me afeó que lo hubiera dicho en español. Le di las gracias y salí sin comprar.
En estos días me llevé una agradable sorpresa, algo no muy frecuente cuando se trata del buen uso de la lengua. Mis hijos visitaron Krispy Kreme y me enviaron de inmediato una foto en la que pude apreciar con inmensa alegría que, por fin, custard filled chocolate se había transformado, por arte de una gerencia consciente y respetuosa de sus consumidores, en chocolate con crema pastelera.
Un detalle que podría parecer insignificante a primera vista, pero que me devuelve la confianza en que, con trabajo y tesón, podemos difundir el orgullo por el uso de nuestra lengua materna, el respeto por lo que somos y por cómo nos expresamos.
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