José María Rodríguez (Agencia EFE)
Las ocho islas de uno de los archipiélagos volcánicos más famosos del mundo están salpicadas de ese tipo de accidentes geográficos, los hay por cientos, pero si uno busca en sus mapas más antiguos, los que beben de la toponimia histórica, no los encontrará, porque en Canarias apenas hay volcanes, cráteres ni lava, sino montañas, calderas y mucho malpaís.
Desde el 19 de septiembre, medio mundo está pendiente de La Palma por las impactantes imágenes de la erupción en Cumbre Vieja y sus dramáticas consecuencias sobre viviendas, negocios y cultivos, y cada vez es más frecuente escuchar o leer en las crónicas de lo que ocurre canarismos que al hispanohablante, sobre todo si reside en España, le pueden parecer de uso local, sin proyección fuera de las islas.
Error. Muchos de esos términos están incorporados a la literatura científica desde hace décadas tal cual se escriben en castellano. Porque lo mismo que usan con frecuencia el término «lapilli», importado de la tierra del Vesubio y el Etna, o la lava «pahoehoe», como dicen «lava suave» quienes han nacido a las faldas del Kilauea, vulcanólogos de todo el mundo manejan «caldera» y «malpaís», palabras donadas a la ciencia por la tierra del Teide y Timanfaya.
Una de la autoridades más respetadas respecto a léxico que el castellano ha heredado de los antiguos aborígenes de Canarias o de sus primeros pobladores tras la Conquista, el catedrático de Filología Española Maximiano Trapero, la referencia cuando se trata de hablar de toponimia, comentó para Efe algunas de esas palabras, que también son de uso común en la América hispana porque al otro lado del Atlántico llegaron precisamente desde las islas.
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