21/6/2018 | Jairo Valderrama V. (El Tiempo, Colombia)
“Un macaco, a pesar de que luzca las prendas de los más afamados modistos del mundo, seguirá siendo un macaco”, recordaba hace unos años un apreciado académico de número de la Academia Colombiana de la Lengua. Como es de suponer, este maestro (nominado con la letra N) establecía una comparación entre el uso de la lengua y del vestuario, y permitía que se dedujera con mucha facilidad cómo el disfraz de algunas palabras no necesariamente mejora la calidad intelectual o el conocimiento de quien las profiere.
Cuando se ponen de moda (o los ponen) los diseños de verano, invierno, otoño o primavera, aunque en Colombia no contemos con estaciones, también abundan como un estilo novedoso las palabras y expresiones que se van contagiando en el dinamismo social. Una vez más: ¡claro que la lengua es cambiante!, y responde a una infinidad de causas en este devenir cultural. Sin embargo, habrá que pensar en qué proporción es la misma gente la que origina ese cambio, o si serán ciertas directrices con fuerzas e intereses en el ámbito sociopolítico y económico las que producen esas alteraciones en las bases de la sociedad.
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