31/1/2025 | María José Rincón (Diario Libre, República Dominicana)
Jorge Luis Borges visitó por primera vez México en 1973 para recibir el premio Alfonso Reyes. Cuentan que el escritor argentino pidió ver a Juan Rulfo.
¡Qué no habríamos dado los lectores de Borges y Rulfo por haber estado allí! Nos parece un encuentro digno de ser narrado por cualquiera de ellos. El escritor mexicano se aproximó al argentino, que estaba ciego desde 1955, y se presentó: «Maestro, soy yo. Usted sabe cómo lo estimamos y lo admiramos».
Borges, siendo Borges, le responde: «Ya no puedo ver un país, pero lo puedo escuchar. Y escucho tanta amabilidad. Ya había olvidado la verdadera dimensión de esta gran costumbre».
«Ya no puedo ver un país, pero lo puedo escuchar». Escuchar un país en su forma de hablar, y no solo en sus palabras o en su acento, sino especialmente escuchar su «amabilidad».
Cordialidad, gentileza, urbanidad, cortesía…, un hermoso puñado de sinónimos que nos recuerdan que la expresión lingüística no está hecha solo de sonidos, gramática y palabras, sino de actitud y de intención.
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