30/10/2020 | Julio Hubard (Milenio, México)
Ante la sordera de la corona para financiar la publicación de la Gramática de la lengua castellana, Elio Antonio de Nebrija recurrió a la seducción por vía del poderío: “cuando en Salamanca di la muestra de aquesta obra a vuestra real Majestad, et me preguntó que para qué podía aprovechar, el mui reverendo padre [Talavera] Obispo de Ávila me arrebató la respuesta; et, respondiendo por mí, dixo que después que vuestra Alteza metiesse debaxo de su iugo muchos pueblos bárbaros et naciones de peregrinas lenguas, et con el vencimiento aquellos ternían necessidad de recebir las leies quel vencedor pone al vencido, et con ellas nuestra lengua, entonces, por esta mi Arte, podrían venir en el conocimiento della, como agora nos otros deprendemos el arte de la gramática latina para deprender el latín”.
Parece mentira que haya que aclarar que esto lo escribió en los años anteriores a 1492 y se publicó antes del viaje de Colón, pero la calumnia no cesa y necea cada octubre, y es como hallar el contorno de tiza de un crimen y correr a colocarse en el lugar del muerto.
Sin duda existe una relación fundamental entre la lengua y la sociedad, entre la sociedad y sus instituciones y poderes. Pero la victimización que algunos han construido a raíz del “imperialismo lingüístico de Nebrija” se refuta con la siguiente gran gramática de la lengua española, la Gramática de la lengua castellana (1847), del independentista Andrés Bello, nacido en Caracas y adoptado como chileno.
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