12/3/2018 | Pedro Martín Butragueño (Otros Diálogos, México)
En enero de 2017 se desató una encendida ola de protestas cuando desapareció la versión en español de la página en línea de la Casa Blanca. Más allá de lo que termine ocurriendo, se concedió un hondo valor simbólico al hecho, interpretado cuando menos como lo que podría llamarse renuncia al bilingüismo y al contacto. Que las lenguas son un arma arrojadiza se comprueba una y otra vez, desde el mundo antiguo al actual conflicto catalán, y aunque de cuando en cuando puedan encontrarse equivalentes sociales a la piedra Rosetta, son más comunes los shibboleth, es decir, los elementos delatores de una identidad opuesta, siempre vista como ajena y peligrosa. Aunque continuamente asistimos al contacto entre lenguas y dialectos (es decir, variedades de una misma lengua), en ocasiones parecemos no percatarnos, y no es raro que en más de una ocasión se desaten actitudes negativas hacia esa inmediatez.
Otro ejemplo de contacto y de conflicto lingüístico nos lo proporciona el propio medio científico, por no hablar del universo de las relaciones diplomáticas o de los negocios. Es, de nuevo, una historia de renuncia a la diversidad lingüística Hace ya años que el inglés es casi la única lengua científica en la mayoría de las disciplinas, mientras que las otras lenguas —internacionales, nacionales y locales— parecen cada vez más servir sólo como vehículo formativo. Es decir, si los manuales pueden todavía escribirse en la lengua vernácula, los artículos de investigación amenazan con ser exclusivamente en inglés.
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