15/2/2019 | Mar Abad (Yorokobu)
Trabajaba una noche, en casa, el psicoterapeuta Luis Muiño y su hija pequeña se le acercó.
—Papá, ¿qué haces?
—Estoy preparando una conferencia sobre la comunicación clara.
—¡Ah! Lo que hago yo: intentar que se me entienda.
A la mañana siguiente, Muiño repitió esta conversación ante los cientos de asistentes de la II Jornada de comunicación clara del Ayuntamiento de Madrid. Ninguna definición explica mejor el propósito de hablar y escribir con claridad.
«Todas las personas tenemos el derecho a la comunicación pero ni lo sabemos», indicó el psicoterapeuta. «Y también tenemos el derecho a rectificar. Si tomamos una decisión errónea porque no entendemos lo que hemos leído, no somos culpables».
Un mensaje mal explicado no solo provoca la confusión del lector. No solo lo irrita. Lo peor es que lo frustra y lo acaba arrojando al «me rindo». El psicólogo Martin Seligman lo descubrió en un experimento científico en 1967. «Reunió a un grupo de perros y los educó de tal modo que cuando hacían algo bueno, los premiaba, y cuando hacían algo malo, los castigaba. Una vez que los animales tuvieron claro qué era lo bueno y qué era lo malo, empezó a confundirlos. Los castigaba por algo bueno y los premiaba por algo malo. Al final, los perros no le hacían caso. Pero no se rebelaron ni se escaparon. Acabaron, deprimidos, en una esquina», explicó Muiño.
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