7/8/2020 | Jorge Carrión (The New York Times en español)
Aunque parezca mentira, la poeta indiocanadiense Rupi Kaur, el youtuber mexicano Luisito Comunica, el empresario norteamericano Mark Zuckerberg, el escritor español Javier Castillo, la escritora china Fang Fang y el presidente de Estados Unidos, Donald Trump tienen algo importante en común. El principal canal de comunicación de los seis es una red social o plataforma. Respectivamente: Instagram, YouTube, Facebook, Amazon, Weibo y Twitter.
Cuando tienen algo que decir, se dirigen directamente a sus enormes audiencias, sin edición, sin anestesia. La idea de que el editor no es necesario se asocia con las redes sociales de mayor impacto y muchas plataformas tecnológicas. Nada debe interponerse entre el productor de discurso y su público. Nadie debe corregir, matizar, maquetar o verificar. Hay que derribar las viejas jerarquías, para que el talento brille en el nuevo panorama horizontal y democrático.
Pero eso es en realidad un espejismo, porque está claro que sí existe una intermediación. El intermediario es algorítmico. El editor, en este caso, es una fórmula matemática, una serie de protocolos automatizados que no solo se apropia de los procesos de edición: los algoritmos están editando la mismísima realidad.
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