¿Tiene los días contados el punto y coma?

Mar Abad (Yorokobu, España)

El punto y coma se agarra como puede al papel. Piensa que en los libros y en algunos documentos aún puede sobrevivir un tiempo porque en los dispositivos móviles no ve porvenir: ahí nunca lo han querido. Es muy raro verlo en un mensaje de WhatsApp, un tuit o un post en Facebook.

Parece que los que escriben desde un teclado no necesitan el punto y coma. Retarda; enturbia. Y, en cambio, con los signos de exclamación, los interrogativos y los puntos suspensivos están desatados. Hay preguntas que llevan una corte de cinco, siete, diez interrogaciones detrás (tantas que casi daña a la vista) y ninguna al principio, anunciando su llegada, abriéndole el paso. Son dudas vociferadas, alarmantes; llamadas de atención a gritos en una época que, como dice José Luis Cuerda, «somos pasto del berrido».

Las pausas del punto y coma parecen poner nerviosos a los que escriben y leen en dispositivos digitales. Lo ven como un semáforo en ámbar en tiempos en que los coches ya ni necesitan conductor. En el mundo de lo inmediato no hay pausas, ni principio ni fin, ni hola ni adiós.

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