25/9/2021 | Sofía García-Bullé (Observatorio, México)
“–Quisiera enviarle a vuestra merced alguna cosa, pero no sé qué envíe, si no es algunos cañutos de jeringas, que para con vejigas los hacen en esta ínsula muy curiosos; aunque si me dura el oficio, yo buscaré qué enviar, de aldas o de mangas.”
El anterior pasaje se lee extraño, la sintaxis en el párrafo, el uso de determinadas palabras, el tono… no se parece a lo que hoy en día conocemos como el uso correcto del lenguaje. Si un alumno escribiera de esta forma en un examen de español, muy probablemente su maestro le daría una calificación baja, quizás puntos extra por creatividad si se trata de un maestro flexible. ¿Qué tal un error como cambiar la h por la f? ¿Escribir facer en vez de hacer o fermosas en vez de hermosas? Seguramente quien escribe así no sabe nada de español y debería regresar a primero de primaria, todos de acuerdo con eso, ¿No? De hecho, no. Miguel de Cervantes Saavedra no estaría de acuerdo, probablemente nos retaría a un duelo por la afrente al uso de su pluma. Esto porque en 1605, año en la que el legendario autor publicó las aventuras del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, la f tenía un uso muy similar al que hoy le damos a la h. Estamos tan acostumbrados a escribir hacer con h, que verlo de otra forma nos parece incorrecto. El anterior es un ejemplo de la evolución y plasticidad del lenguaje.
El español, como todos los idiomas, funciona en base a la practicidad y la costumbre. Es completamente normal que no hablemos y escribamos como hace más de 400 años, la realidad que vivimos es completamente diferente, y el español, para seguir sirviendo a su propósito debe adaptarse para describir lo más fielmente posible estas realidades, además de ser un puente de comunicación efectiva entre los hispanoparlantes.
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