¿Aislamiento, confinamiento o cuarentena?

25/4/2020 | Humberto Hernández (El Día, España)

Mal ejemplo daría yo como filólogo interesado por el estudio científico del lenguaje al tiempo que preocupado por su buen uso (dos facetas inseparables en nuestra labor, la descriptiva y la normativa), si manifestándome contrario a uno de los principios de toda lengua viva, como es su carácter dinámico y mutable, me dedicara a pontificar, con actitudes de anacrónico académico dieciochesco, acerca de lo correcto o lo incorrecto de ciertos usos contrariando la indiscutible y soberana autoridad sobre el idioma de quienes son sus legítimos propietarios, sus usuarios: hablantes en general, escritores, periodistas? Si bien, a veces, con una bienintencionada intervención, intentamos recoger, cual notarios, el sentir mayoritario para que, convertido en forma de recomendaciones y propuestas, sirvan para facilitar la codificación y la descodificación de la ingente cantidad de mensajes que nos intercambiamos desde los más distantes lugares del idioma y en las más variadas situaciones comunicativas. En realidad, la ortografía, las gramáticas y los diccionarios no son más que la recopilación organizada de todas las normas que los hablantes nos hemos impuesto.

Y es esta variedad, consecuencia de los distintos entornos y contextos en los que se producen los diferentes mensajes, la que, al menos en apariencia, puede producir una impresión de desorden o caos en el que se supone que ha de ser un sistema perfectamente estructurado como lo es cualquier lengua natural. Así, por ejemplo, podemos sentir algún tipo de desconcierto ante la posibilidad que se nos ofrece de elegir entre diferentes opciones de pronunciación ([zapato]/[sapato]; [caballo]/[cabayo]), distintas soluciones ante un mismo fenómeno morfológico (la concejal / la concejala; el COVID / la COVID), sintáctico (informamos que / informamos de que) o léxicos (aislamiento, confinamiento, cuarentena), sin caer en la cuenta de que la existencia de estas alternativas no contradicen un ápice las relaciones de interdependencia que mantienen las unidades que conforman la lengua, y de que su existencia es una prueba de su enorme versatilidad y de su capacidad para verbalizar todos los matices semánticos que puede discriminar la capacidad cognitiva de los hablantes.

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