22/11/2019 | Alister Ramírez Márquez (El Espectador, Colombia)
“Mi amá dice que el sánduche está listo para el brunch y aunque yo siga siendo antitaurino, ella va a ir a las corridas. Se enfada porque se cometió un arboricidio alrededor de la plaza de toros, pero no va a cambiar sus gustos. Para calmarla le dije que voy a aplicar pronto por un trabajo porque no aguanta más mi beatlemanía. Me grita que en vez de estar acostado, escuchando las canciones de John Lennon debería, por lo menos, visitar a mi hermana en la sororidad. ¡Zasca! Mi madre da un puño en la mesa y se marcha furiosa. Está como un toro, mejor dicho una tatacoa (culebra de dos cabezas, Col.)”.
Aunque para algunos lectores estas palabras les sonarán desconocidas o como anglicismos, en muchos países hipanoamericanos y una comunidad de 60 millones de hispanohablantes en los Estados Unidos estos vocablos son de uso común. La lengua cambia, evoluciona y tiene la maleabilidad de las neuronas del cerebro. El uso cotidiano se impone y aparecen nuevas palabras así como otras caen en desuso.
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