El primer castellano de América

16/12/2016 | Marcio Veloz Maggiolo (Listín Diario, República Dominicana)

En la isla de Santo Domingo se inician las primeras usanzas del castellano en América. Son las primeras fundaciones colombinas las que asientan en documentos considerados básicos, esos primeros usos, y es Cristóbal Colón el primero que trata de utilizar la lengua española en las páginas de su diario. Digo que “trata” porque no era el castellano o español utilizado por el Almirante el mejor modelo del  mismo  y que algunos de los primeros conquistadores debieron hablarlo mejor,   puesto que a pesar de los afeites de Fray Bartolomé de Las Casas, quien lo acomodó para mejorar su acercamiento la lengua de Castilla,  don Marcelino Menéndez Pidal  en su estudio sobre la lengua de Colón, hace hincapié en el portuguesismo de la misma  sin dudas producto de ocho de sus años de vida familiar en Portugal, y de su conocimiento  del ámbito donde se enmarca el primer intento del genovés para presentar sus proyectos.

La  lenguas fueron casi siempre una imposición sobre las nuevas sociedades americanas, y quienes dejaron la verdadera huella inicial del español en América  debido al intercambio lingüístico  no fueron de  manera total y directa los cronistas ni los documentalistas, sino aquellos que convivieron y estuvieron en contacto con las sociedades originarias y los que masivamente  iniciaron el mestizaje incorporándose a la mezcla, con lo cual las hablas locales casi  desaparecieron y quedó entre los mestizos la lengua del conquistador como un producto impuesto desde la cumbre del poder colonizador.

Ya vemos como solo quedan nombres de lugares, de algunos frutos, animales y dioses, y como sin ser lengua hablada, el arawaco de las islas pervive sin éxito dialectal en esos documentos iniciales, en los cuales existen núcleos indígenas que han podido sino ser recuperados fríamente por cronistas e informantes, mientras que, por presión cultural la lengua hispánica desplazaba la original de las islas.

Los intentos de José Juan Arrom y de autores varios lingüistas  para salvar algo de la lengua llamada erróneamente “taína”  son una especie de balbuceo histórico que forzosamente no llega a reconstruir las hablas y variantes de los pueblos de raíz arawaca que ocuparon las islas. Los modos o maneras de hablas eran diversos según los tipos de migraciones y del momento de las mismas que, aun procedentes de un tronco arawaco, lengua madre amazónica, se disgregaron  generando lo que se  consideran dialectos, como la lengua Ciguaya, la Macorís,  o bien la Caribe, expresiones tardías. Nadie sabrá que otra variante había en el Caribe donde vivieron los llamados ostionoides, o los considerados como grupos barrancoides y saladoides, más tempranos y precedentes de las costas venezolanas. Me refiero a que no existen datos léxicos sobre estas variantes, las que rompieron con el tronco arawaco inicial para convertirse en dialectos tan diferentes como el de los arawcos de La Guajira Venezolana, o los de la Guayana, cuya variable, como el de las llamadas Antillas Menores, era en parte Caribe,  en la que solo lingüistas especializados pueden lograr establecer, en palabras y construcciones actuales algunas similitudes, casi todas procedentes el tronco arawaco original.

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