8/8/2017 | María José Rincón (Diario Libre, República Dominicana)
Una consulta de un lector sobre la palabra sangre me puso a pensar en que, además de ser esencial para la vida, es también parte de muchas expresiones de nuestra lengua. Y si el hábito no hace al monje, parece que la sangre sí tiene mucho que ver con lo que somos y con cómo nos comportamos. No en vano nuestro carácter lo llevamos en la sangre. Dejemos a un lado la trillada sangre azul de los de noble linaje, aunque ellos, como nosotros, también pueden tener buena o mala sangre; incluso pueden demostrar que tienen la sangre dulce o liviana o, por contra, que la tienen pesada.
–Si actuamos con serenidad tenemos sangre fría; si lo hacemos con premeditación y después de habernos calmado, actuamos a sangre fría. Un hecho terrorífico nos puede helar la sangre; en cambio, cuando nos acaloramos o nos dejamos llevar por la pasión, la sangre nos hierve, nos bulle (que es lo mismo, pero mucho más bonito); y demostramos tener la sangre caliente. Si ni el miedo ni la pasión nos alteran, entonces no tenemos sangre en las venas.
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