Germán R. Páez
El lingüista José Antonio Millán explica el ritmo que late en cantos infantiles, refranes, conjuros o nanas
Si la lengua fuese un jardín, sería uno donde junto a los podados setos de los usos normativos crece, desde hace siglos, la maleza de un lenguaje oral y salvaje transmitido al margen de la cultura oficial. Canciones infantiles, refranes, trabalenguas, nanas, encantamientos y modernos juegos verbales, todos comparten algo que nos acompaña desde el primer latido, y cuyo sentido es exclusivo del ser humano: el ritmo. “Tal como recogen neurólogos como Oliver Sacks, el sentido del ritmo es algo que está muy profundamente grabado en el cerebro humano”, asegura el lingüista José Antonio Millán, que ha publicado Tengo, tengo, tengo (Ariel, 2017), un ensayo donde investiga la función de la estructura métrica, la rima, las pausas y acentos y los paralelismos internos en unas producciones orales “sin un propósito directamente literario o artístico”, al contrario que la poesía.
“Los niños, que son una muestra de lo que es un ser humano en proceso de socialización, usan palabras que muchas veces no tienen sentido para jugar con ritmos”, explica Millán, que pone como ejemplo el soniquete de los cantos de sorteo en los juegos infantiles: “Sarabuca / de rabo de cuca / de acucandar / que ni sabe arar / ni pan comer / vete a esconder / detrás de la puerta / de San Miguel”. Es un ejemplo que aparecía en un diálogo del siglo XVII, pero como este hay cientos de producciones orales, en todas las lenguas, donde “la verosimilitud semántica o narrativa se deja de lado para favorecer el uso de las palabras en el juego”. “A mí no me extrañaría que emisiones orales todavía no ligadas a un significado fueran una de las vías con las que empezó el lenguaje”, asegura el lingüista.
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