8/5/2020 | Julio Perotti (Fundéu Argentina)
Aunque ya antiquísimos, muchos paradigmas aún estaban vivos antes de que la pandemia invadiera el mundo y, cual gas, se filtrara aun en los rincones más remotos y secretos de nuestras vidas.
Uno de esos modelos se asentaba en la sacralidad de nuestro hogar, un espacio privado en el que nos refugiábamos en brazos de la familia después de rozar cuerpos y almas con muchos otros seres, a los que con suerte podíamos definir como compañeros de trabajo o, quizá con un uso laxo del término, como amigos.
Volvíamos allí donde teníamos reservado un altar para rituales cotidianos tan viejos como la lectura, un poco más recientes como la televisión, o nuevos como la interacción en las redes sociales.
Pero esa intimidad era nuestra. El trabajo quedaba junto al paraguas mojado o el polvo de los zapatos en la alfombra de la puerta.
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